El que joven mata,
joven muere forma de obtener lo que se le ha negado: atención.
Quiere ser tomado en cuenta, así sea a palos”,
observa Moreno. Psicológicamente, José se siente
abandonado por su mamá. “Lo peor que le pueda
pasar a alguien es ser completamente ignorado. Que
no le den amor, ni temor, ni castigo. Que sea
nada”.
Fermín explica que, probablemente, José está
sometido al maltrato de su padrastro. Sus golpes,
sus problemas de conducta en el colegio, son un
grito de desesperación. En palabras de Moreno: “Él
quiere que lo vean. Grita: ‘Háganme saber que
existo, que mi existencia significa algo”. Pero nadie
lo ayudará, por lo que comenzará él solo a buscar su
propio valor.
El aprendiz
José tiene 11 años y también amigos nuevos. Ya
ha dormido varias veces fuera de casa y no le va
muy bien en el liceo. De hecho, dejará los estudios
pronto. Hace poco cometió su primer robo. Unos
zapatos. De marca, claro, porque lo más importante
es la marca. Necesita de eso para resaltar y llamar la
atención. Seguirá una gorra o un celular. Sus
nuevas amistades le sirven de guía.
El someter a otros lo conforta. “El ejercicio de
buscar atención lo ha convertido en un ejercicio de
poder... Ahora, tiene las herramientas físicas y
mentales para poder hacerlo”, explica Moreno.
José comienza a idolatrar al “jefe del barrio”, ése
al que la gente teme, ése al que la gente “respeta ”.
Así quiere llegar a ser algún día. Fermín comenta
que es muy probable que José sea reclutado para ser
“mensajero ” de la banda del sector. También, como
consecuencia de sus actos y de su mala suerte, es
probable que comience a familiarizarse con los
retenes de menores. Allí sólo aprenderá a perfeccionar
sus mañas.
Su mamá sigue estando sin estar. Su papá, ni
importa. El resto de la familia no tiene mayor
relevancia. Pronto llegará a José un arma de fuego.
Es fácil de conseguir en el barrio. Con ella, José
alcanzará la última cuota de poder que ansía: tener
en sus manos la decisión de acabar con la vida de
quien quiera. Con ella, será respetado; o mejor,
temido.
El asesino
Le da igual a quien acaba de matar. No importa si
es un vecino, un sacerdote, un delincuente. Un
disparo era suficiente, pero necesitaba descargarse.
Es desahogo. También, una forma de reafirmar su
poder. Además, es fácil reponer las cinco balas.
José ya tiene 24 años. Éste no es su primer
asesinato, y sin duda no será el último. Hace ya
tiempo que se fue de la casa. De vez en cuando
reaparece por allá, sobre todo cuando tiene problemas.
La familia para él es sólo eso: un escondite
cuando está en apuros.
Es atrevido, lanzado, imprudente. Por eso es fácil
que se meta en problemas. No le importa. Alardea
de ser el “jefe”. Y a quien lo contradiga no le irá
bien. Se dedica al microtráfico de drogas, al hurto de
vehículos o al sicariato. Está relacionado de alguna
forma con los “pranes” del sistema penitenciario.
Y lo consiguió: ya no es ignorado. Ahora le temen,
le dan importancia, esa que su madre no le dio.
Respeto y reconocimiento son los motores de su
actuación. “No lo hace porque sea pobre, o por
necesidad”, aclara Fermín y lo ratifica Moreno.
El psicólogo dice que a estas alturas está desahuciado:
“Su conducta es incorregible”. Y quien
se guíe por las estadísticas, sabrá que a José le falta
poco. Todo indica que en un año, más o menos,
estará muerto. ¿Su homicida? Otro José, seguramente
tan joven como él.
El criminalista Fermín Mármol García y el investigador Alejandro
Moreno ayudan a dibujar el perfil del “delincuente estructural”,
ese que asesina sin remordimientos ni reservas. Los especialistas dan
pistas de cómo es y qué quiere el criminal, pero también explican por
qué hace lo que hace

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